El mundo está loco, loco, loco

Poco dura la alegría en casa del pobre. Tienes un partido tranquilo, a ratos
insulso, lo acabas y comienzan a pegarse los dos equipos entre sí. De
repente, un entrenador te considera revestido de poderes sobrenaturales y te
dice que hagas algo. Como si fueras una unidad de antidisturbios. Para
rematarlo, te firman bajo protesta y te dicen que esperan que corrobores lo
que pongan en su informe. Habrá que ver lo que pone porque yo, ver, lo que se
dice ver, de los incidentes vi poco. Por suerte se pusieron a pegarse a más
de veinte metros de la mesa y me pilló de espaldas.

Me gustaría saber quién es el lumbrera que ha decidido emplear poliuretano
entre el cañizo de la terraza de la piscina y el plástico que hay encima. Nos
vamos a divertir si algún fumador de puros consigue que salten chispas hasta
allí arriba. Para rematarlo, sueñan con cerrar el recinto para poder usarlo
en invierno. Y la ropa de amianto, prohibida por cancerígena...

Por algún motivo que se me escapa, los tonos azules o violáceos de las flores
son los únicos que la cámara digital no reproduce fielmente. Tengo que
averiguar si es problema de ajustes de la cámara o de la manera en que la
flor genera el color, con alguna tonalidad que los cristales de las lentes
filtran.

El manos libres Bluetooth de Motorola que quiero canjear por los puntos de
Movistar no lo entregan a domicilio, sólo en tiendas. A ver si me lo
consiguen antes de que acabe la promoción.

Parece que la azalea empieza a perder las flores. No me extraña, ya tiene casi
un mes, bastante han aguantado. Lo curioso es que se caen enteras, como si
estuvieran pensadas para colocarlas en el ojal de alguna chaqueta.

Las obras me persiguen. Me libro de la locura operística (en sentido
etimológico) de los alcaldes de la Villa y Corte y ahora resulta que van a
demoler el antiguo restaurante y galería de alimentación de la urba para
hacer viviendas. A ver cómo organizan la circulación mientras las construyen.

Vale.